Una producción francesa que demuestra que no hacen falta persecuciones ni efectos para mantenerte al borde del sillón. Una joya minimalista que se convirtió en furor en el catálogo de Netflix.
En tiempos donde las series se estiran en decenas de capítulos y las tramas se diluyen, esta propuesta francesa de suspenso policial llega como una bocanada de aire fresco. Criminal: Francia, disponible en Netflix, logra en solo tres episodios lo que muchas ficciones no consiguen en temporadas completas: atrapar, incomodar y hacer dudar al espectador hasta el último minuto.
Estrenada en 2019 como parte de un proyecto internacional creado por George Kay y Jim Field Smith —que también tuvo versiones en España, Alemania y Reino Unido—, esta miniserie se desarrolla íntegramente dentro de una sala de interrogatorios. Sin persecuciones, ni armas, ni explosiones: la tensión surge del cara a cara entre los detectives y los sospechosos, de los silencios, las contradicciones y las emociones contenidas.
Cada capítulo presenta un caso independiente. En el primero, una mujer asegura haber sobrevivido al atentado del Bataclan, pero pronto su relato empieza a tambalear. Lo que sigue es un duelo psicológico donde la verdad se convierte en terreno resbaladizo. Las actuaciones de Margot Bancilhon, Laurent Lucas, Sara Giraudeau, Jérémie Renier, Anne Azoulay, Mahmed Arezki y Nathalie Baye son el corazón de esta propuesta, sostenida por guiones precisos y una puesta sobria pero efectiva.
Con una duración promedio de 40 minutos por episodio, Criminal: Francia se consume rápido, pero deja huella. Su mayor virtud es la economía narrativa: cada palabra, cada gesto, cada pausa tiene un peso. Y en esa aparente simpleza radica su potencia.
Una serie que demuestra que el buen suspenso no necesita de grandes presupuestos, sino de inteligencia, humanidad y actuaciones capaces de sostener el misterio. Ideal para ver de un tirón y dejarse atrapar por completo.
